martes, 25 de septiembre de 2012


Vuelvo a abrir mis desahogos mentales con un nuevo interrogante: ¿Hasta cuándo tendremos que seguir oyendo/leyendo las frases "antológicodisparatadas"  de políticos, más o menos relevantes, del partido en el gobierno, o sea, el Partido Popular?. Aunque estas lindezas se dijeron hace unas cuantas semanas, nunca es tarde para comentarlas y asombrarse de la desfachatez y la poca vergüenza de la que hacen gala estos personajillos, venidos a más, por mor de la política. ¡Pobre política!. 

Desde la encendida defensa que su secretaria general, la inefable señora de Cospedal, hizo de la clase a la que pertenece, diciendo que "no hacen su trabajo por un gran salario", y ella se lleva más de 100.000 € al año, pasando por la ministra de Trabajo, que nos puso el ejemplo de una familia en la que "los progenitores cobraran 8.000 € al mes", como si fuera lo más habitual en este país, hasta el diputado gallego que gana 5.100 € cada treinta días y dice que "las pasa canutas", que no le llega para todo el mes, vaya. Alguno pide disculpas, pero de poco le sirve porque la metedura de pata ya la hizo y de poco le sirve, también, intentar sacarla. Otros la sueltan y se quedan tan anchos. Todos demuestran el poco respeto que les inspiran los españolitos de a pie, como se decía en otros tiempos. En definitiva, que vamos pasando del pasmo y el asombro al cabreo y la indignación. 

Tengo la impresión de que ninguno es consciente de que esos emolumentos, más o menos justos, que perciben cada mes, deben incluir la prudencia, la discreción, el tacto, la consideración, la mano izquierda y el respeto hacia quienes van perdiendo todo lo poco o mucho que tienen. Sobre todo, el respeto hacia los que pierden el bien más preciado: su puesto de trabajo, y hacia los que llevan, incluso años, buscándolo. Seguramente, todas las etapas políticas de la democracia han tenido representantes tan impresentables como los de la actual, pero, difícilmente, alguna habrá superado lo que en ésta llevamos presenciando. 

Desde mi punto de vista, el afán de la inmensa mayoría de los ciudadanos - por lo menos, de este país -, es acumular la mayor cantidad de dinero posible. Poseer, por encima de todo y antes que nada, mucha riqueza material. Disponer de varias cuentas corrientes, a ser posible, fuera de nuestras fronteras y dentro de paraísos fiscales. Para mí que, desde hace demasiado tiempo, la meta de la vida de muchos está en el dinero y cuanto más se tenga, mejor. Lo vemos a diario, por ejemplo, en cualquier concurso televisivo en el que los premios sean cantidades altas del vil metal. El que gana, raya el paroxismo y se vuelve loco de alegría por conseguir las pilas de billetes de curso legal, y el que pierde, suele llorar amargamente por no haberlo conseguido. Incluso, aunque trate de disimular ese llanto, no puede evitar la expresión de fatal desencanto. 

Otra muestra de ese culto al becerro de oro (entiéndase, al dinero) la constituye la admiración que suele manifestarse ante esas estrellas deportivas, que cobran cifras galácticas y el deseo, no siempre expresado, de que algún heredero directo (entiéndase, algún hijo) pueda llegar a ser una de esas estrellas, más por lo que va a ganar que por lo que llegue a ser deportivamente hablando. 

Con este caldo de cultivo no es de extrañar que un tercer sector de habitantes de este país aspire a alcanzar la categoría de político, no para dedicarse a la noble tarea de pelear por el bienestar y la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos, no. Se aspira, por lo visto, a enriquecerse todo lo más posible y en el mayor espacio de tiempo en el que se pueda seguir ocupando la poltrona. 

Muchos dicen estar quemados por esa labor, pero muy pocos, o ninguno, abandona. ¿Sería a eso a lo que se refería el que acuñó lo de "la erótica del poder"? Si no lo es, debe ser algo muy parecido. Quizá, la erótica del dinero. A las infames pruebas me remito y esperemos que no siga cundiendo el mal ejemplo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cada mes del año tiene sus encantos y Septiembre no iba a ser menos. Diría que, para mí, es el que más los posee. A él pertenecen los últimos 21 días del verano, los que suceden a los más duros de la estación. El calor va cediendo poco a poco y da paso a días más frescos, sobre todo durante la noche, que es cuando lo necesitamos para reparar el desgaste del día y para recuperar fuerzas para la jornada siguiente. El ambiente se dulcifica y se hace más respirable, más agradable. El mar se convierte en una gran balsa que parece acercar, aún más, unas islas a otras, y su temperatura se vuelve más templada.

Pero lo que más me gusta es su luz y su color. El cielo alcanza el azul más intenso del año, porque la atmósfera se vuelve más transparente, más límpida. La luminosidad es especial y más intensa, seguramente por las mismas razones atmosféricas. Son fechas únicas para sacar las mejores fotografías, precisamente por esas cualidades que aporta la luz, que es la razón de ser que justifica la existencia de esa manifestación artística tan practicada y admirada por muchos. 

También tiene Septiembre sus frutas exclusivas, de las que es reina la uva, tanto la negrazulada como la verdidorada, si se me permiten estas licencias cromáticas. Las acompañan las sabrosas peritas de agua, los oscuros arándanos y zarzamoras y los primeros aguacates y membrillos, además de seguir disfrutando de la brevedad de los higos y de la jugosidad de la sandía y el melón, frutas estrella del verano que se extingue. 

Asimismo, es el mes en el que los que estudian y los que trabajan en el mundo de la enseñanza vuelven a sus tareas. Para todos ellos, quizá sea el mes que menos les atraiga, pero recuerdo que para mí, como profesional de esa noble actividad, era un período de ilusiones y expectativas. Como estudiante, pertenecí a la generación de los que volvíamos a clase en Octubre y era, en ese mes, cuando vivía lo mismo que viví, más tarde, en mis septiembres profesorales. 

Encontrarte de nuevo con tus compañeros de siempre, conocer a los que se incorporaban por primera vez al Centro, celebrar las primeras reuniones para ir encendiendo el engranaje educativo, adaptarte al nuevo horario, preparar el aula y los primeros materiales para poner en marcha el curso, comprobar que todo estaba donde debía, recibir a los alumnos que ya conocías y a los que se estrenaban como tales, contarles lo que íbamos a hacer juntos durante 175 días lectivos, era un proyecto ilusionante, para el noveno mes del año. 

Los últimos cinco Septiembres los he disfrutado más, si cabe, porque he podido salir a hacer fotos, a comprar fruta, a nadar en ese mar calmo y azul, a contemplar las cercanas islas y a saludar a mis antiguos compañeros, sin tener que ajustarme al horario profesional que me adjudicaban, para ese mes y para todo el curso. 

Algunas veces, las menos, siento cierta nostalgia de aquellos inicios trepidantes dentro de las instalaciones del instituto, pero desde hace cinco Septiembres en que descubrí la libertad de disfrutar de sus excelencias, fuera de la jornada laboral, me he vuelto mucho más septembrina. Más, incluso, que por haber venido al mundo en su sexto día.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Escribir o no escribir, esa es la cuestión

(El título de esta entrada es obra de Jane, a la que le agradezco que haya tenido la deferencia de hacerlo)

Entrar en una blogoteca como la de 20minutos es como acceder a un universo infinito de múltiples y variadas ideas. Seguramente, unas, muy buenas. Otras, originales. La mayoría, supongo, aceptables. La minoría, supongo también, regulares tirando a malas. Y digo que supongo porque es imposible llegar a abrir, para ver qué contiene cada una, las casi seis decenas de miles de bitácoras que esa inmensa colmena de blogs tiene registradas y distribuidas a lo largo de veinte categorías. Es cierto que casi todos se adscriben a varias de ellas, lo cual reduce el número total en unas cuantas cifras que no llegan a ser, ni siquiera, significativas. 

Si a esta forma de reunir tantas y tantas iniciativas que se dan a conocer gracias a 20minutos, le añadimos, por ejemplo, Blogger, el servicio propiedad de Google a través del cual se crean y publican millones de bitácoras en línea, o los blogs que suelen acompañar a todo diario o plataforma digital que se precie, las cantidades pueden dispararse hasta donde se hacen incontrolables. 

Releo lo que acabo de escribir y de inmediato me pregunto que qué hago yo aquí. Que cómo me atrevo a seguir juntando letras y añadiendo líneas a este blog número x elevado a la enésima potencia, que forma parte de la inmensa blogoteca del diario digital. Que para qué lo he registrado en ella, si tengo tan claro lo infinito de su tamaño. Que cómo soy tan ilusa como para pensar que esto lo llegue a leer alguien más de los cuatro, seis o diez amigos que a una no suelen fallarle. Que, en definitiva, no soy más que un granito, casi microscópico, perdido en una montaña de buenas, originales, aceptables y regulares ideas.

Vuelvo a releer y vuelvo a reflexionar: a pesar de todo lo que sé y de todo lo que declaro, aquí continúo. Y es que juntar letras para formar palabras y, con ellas, plasmar ideas, se convierte en un veneno que se lleva en la sangre desde siempre y por la vía de la herencia y, ya se sabe, cuando eso ocurre es prácticamente imposible contrarrestarlo. Aunque a una le ronde, muchas veces, oponer resistencia y arrojar la toalla. Aunque una esté convencida de que es la millonésima parte de uno de los millones de granos que forman esa inmensa montaña de blogferas o blogosferas - como más guste -, y sepa que aquí sólo entran esos buenos amigos que a una no suelen fallarle. Quizá, esa sea la razón de continuar: la fidelidad de los amigos. Y por el veneno, claro... Sí, quizá sea eso. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Expertos en gastronomía, cocineros o médicos hablan mucho, y bien, de la dieta mediterránea. Será rara la persona que no la conozca o no haya oído o leído nada sobre ella. Sin embargo, aún con características y cualidades muy parecidas, pocos serán los que sepan que también existe una dieta atlántica y, dentro de ésta, la que yo quisiera distinguir como dieta canaria. 

Desde que recuerdo, en mi casa y en las de muchos familiares y allegados, el almuerzo habitual por estas tierras era, y es, comer un plato de potaje de verduras variadas, casi a diario. El calabacín o el bubango, la calabaza, las zanahorias, la col, la piña de millo, unas ramas de perejil y las papas son como el fondo de armario del almorzar de cada día. Con frecuencia, alguna de estas fuentes de salud se sustituyen por otras más verdes, pero tan ricas como ellas. Unas veces, por un generoso manojo de berros y, otras, por uno o dos de acelgas. Para hacerlos más consistentes, sobre todo en invierno, hay quien les añade un puñadito de judías o de garbanzas. Las lentejas se reservan para mezclarlas sólo con el de calabaza y papas y, así, contar con una variante exquisita de los potajes más habituales. El agua, el chorretón de aceite de oliva y unos granos de sal gorda completan los ingredientes de un potaje a lo canario. Probablemente, a esta lista habrá que añadir todas las variaciones que, sin duda, tendrá cada isla. Incluso, alguno exclusivo. Por ejemplo, hace unos cuantos años, descubrí en la Gomera el de pantana fresca con cilantro y, desde entonces, estoy abonada a él en cuanto llega la temporada de la primera. Como remate a estas excelencias a base de verduras hay quien les añade, a la hora de comerlas, una hermosa cucharada, o dos, de gofio de millo, de trigo o mezclado. 

Al potaje suele seguirle un buen plato de pescado: sardinas, chicharros, viejas, atún o mero preparados a la plancha, en el horno o guisado. Para acompañarlos, además de unas papitas rosadas, bonitas o negras guisadas y arrugadas, una ensalada tradicional: lechuga, tomate, pimiento, pepino, zanahoria y aguacate, si es época de éste, y regada con un chorrito de vinagre, uno de aceite de oliva y un pellizco de sal fina. Si no hay pescado, el pollo, el conejo o el cabrito son las carnes más apreciadas por estos lares, aunque no se le hacen ascos a una buena chuleta de vaca o a un buen bistec de ternera. 

Como postre rey, uno o dos plátanos que, para variar, se suplen con cualquier otra fruta tropical de las que también y tan bien se dan por aquí: sandía, mango, papaya o piña ananás... Cuando se recurre al postre de factura casera, se cuenta con el frangollo, el quesillo o el bombón gigante (el mus de chocolate peninsular). Al igual que en los potajes, también en los postres tiene cada isla su especialidad: la quesadilla herreña, el bienmesabe palmero o la "torta vilana" gomera, por ejemplo. 

Este sería, a grande rasgos, el estilo habitual del almuerzo canario, aunque, hoy en día, es cada vez menos habitual. La potencia de los medios de comunicación que muestran otras culturas, la influencia de otras formas de hacer cocina por la presencia de quienes proceden de otros lugares, la formación de nuevos profesionales con nuevas ideas y nuevas materias primas hacen que lo tradicional vaya perdiendo su fuerza y su pureza. Además, la variedad de horarios laborales también ha obligado a comer fuera de casa, lo que contribuye a que sea muy difícil disfrutar de esos almuerzos tan típicos de nuestra tierra.
La recomendación de los expertos sobre que ingiramos, cada día, verdura y fruta variadas y abundantes, aceite de oliva, pescado diverso y carnes magras, a ser posible, es un verdadero lujo, dado el encarecimiento de todas estas materias primas, desde hace tiempo. Tanto si seguimos la dieta canaria como si lo hacemos con la mediterránea. Como dato muy reciente, sirva el de Junio pasado en nuestro archipiélago: el precio del kilo en frutas y verduras se triplicó, con respecto al que venían teniendo. Hoy, la prensa local habla de la subida del precio de los huevos, porque se reduce la producción al aplicarse la nueva normativa sobre el menor número de gallinas por granja y que, sin duda, repercutirá en una mejor calidad del producto final, pero que no estará al alcance de todos. 

Me temo que, con este panorama, muy pocas familias podrán cumplir con las recomendaciones de quienes velan por nuestra salud. La situación actual, por desgracia, propicia el consumo de alimentos más sujetos a lo químicamente peligroso y no recomendable. Mucho más baratos que los de procedencia natural y muy agradables para el paladar de un gran sector, aunque estén controlados por los organismos especializados. Si a todo esto le agregamos la falta de ejercicio físico frecuente y las costumbres sedentarias de pasar horas y horas ante un televisor, un ordenador o una play, se explica el aumento preocupante de la obesidad entre la población de todas las edades, pero mucho más entre los que tienen menos años. Obesidad que aporta complicaciones importantes en órganos y constantes vitales de cualquier ser humano. 

Para los que tienen dificultades económicas debe ser desalentador vivir la paradoja constante de saber que han de alimentarse saludablemente y no disponer de los medios indispensables para lograrlo. Sólo los que gestionan la marcha de los países tienen en sus manos la posible solución. Tanto en lo que afecta a sus ciudadanos más desfavorecidos como a los de otras naciones con muchas más carencias a todos los niveles. Ojalá podamos verlo algún día y, si no, que lo vean nuestros nietos, bisnietos o tataranietos.