Vuelvo al ordenador y, en el camino, aprovecho para asomarme al balcón y echar una ojeada al panorama de casi siempre. El cielo, encapotado y anunciando agua en cualquier momento. Las casas, sin variaciones. Fachadas antiguas, pocas, y más recientes, la mayoría. Detrás de todas se encierra la existencia y costumbres domésticas de los vecinos de toda la vida y de los de hace poco. En la calle, la cinta inmóvil de vehículos aparcados y el ir y venir de los que van de paso. La normalidad de la rutina cotidiana. Regreso a mi rincón y vuelvo a intentarlo. Nada.
Está claro que cuando la cabeza y el corazón - el estado de ánimo, en definitiva - no están por la labor, nada ni nadie los estimula. Temas hay, de sobra, para adentrarse en ellos. Recuerdos, también. Imágenes, a partir de las que animarse - o deprimirse -, muchísimas. Me temo que lo que no hay, en esta ocasión, es deseo de hacerlo. Llegados a este punto, las pocas veces en que esto me ocurre, me llevan a preguntarme qué es lo que hacen, para superar un momento de éstos, los que viven de la escritura. O, a lo mejor, a ellos no les pasa porque tienen recursos, - que yo no tengo -, para salir del atolladero. Dicen que la necesidad agudiza el ingenio y el que tiene como oficio o profesión el arte de escribir, no puede permitirse veleidades como la que hoy me pasa a mí.
Llegados a este punto, pues, me tranquiliza el que yo no tengo la obligación de juntar letras, que sólo lo hago por pura afición, por puro tirón genético, y que ambos pueden esperar a que las ganas lleguen o a que aparezca el tema que les espabile. De momento, sólo surge contarles lo inútil del intento y, por ahora, ya es bastante...
Muy bien contado el síndrome de la hoja en blanco.
ResponderEliminarGracias, guapa. No sé por qué intuyo que a ti no te pasa... Besitos.
EliminarPues así, a lo bobo, has cumplido.
ResponderEliminarEfectivamente, Lolina, a lo bobo, a lo tonto y a fuerza de querer ser sincera, sobre todo, conmigo misma... Gracias por tu comentario, y un besito.
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