jueves, 27 de diciembre de 2012

Infancia amenazada


(Título propuesto por mi buena amiga y compañera de lecturas compartidas, Pilar Rodríguez, que ha tenido la amabilidad de ponérselo a esta y otras entradas más. Mi cordial agradecimiento por hacerlo).

A veces pienso que he nacido en el mejor país del mundo y que, además, tengo el privilegio de vivir en él. Sin embargo, hay otras ocasiones en las que deploro ser ciudadana de ese mismo país y pagaría por poder marcharme a vivir a otro distinto. Supongo que España, como el resto de naciones de este planeta llamado Tierra, es capaz de lo mejor y de lo peor. Tiene lo mejor y lo peor. Va hacia lo mejor, pero también hacia lo más deleznable y es este último aspecto el que me hace renegar, de vez en cuando, de mi procedencia. 

Me considero una persona de mi época y eso hace que procure estar al día en lo que sucede dentro y fuera de nuestras fronteras. Leer, oír, y oír y ver lo que ocurre por el mundo es lo que hace que esté informada y, por lo tanto, que tenga un conocimiento variado y amplio del acontecer cotidiano local y universal. Esta convicción y este hábito hacen que lo que lea, vea y oiga pueda ser bueno, regular y malo, si establecemos una escala cualitativa muy básica. Escala que ni es tan sencilla ni tan objetiva como pretendo, pero que sirve para simplificar y registrar lo que resulta más significativo para mí. 

Toda esta disquisición anterior se debe a que hace unas semanas escuché algo que nunca pensé que escucharía, aunque tampoco me sorprendió, porque ya se atisbaban, por desgracia, síntomas más o menos aislados, de que podría darse esta horrorosa y execrable situación. Las noticias del día giraban en torno a la celebración del Día Mundial de la Infancia y hubo reportajes y cifras, por doquier, relativos a la explotación infantil a lo largo y ancho del mundo. 

Quizá, haya sido el hecho de los datos más cercanos, los de nuestro país, los que me hayan llevado a mi pronunciamiento inicial de que, en ocasiones, no me gustaría pertenecer ni permanecer en él. Como información general, se nos dijo que la explotación sexual de menores es el tercer negocio más lucrativo del mundo. Como información puntual, la vergüenza de saber que ¡España está entre los cinco primeros países del mundo que producen y consumen pornografía infantil!

La información me dejó pasmada. Mil preguntas vinieron de golpe a mi cabeza y no fui capaz de dar respuesta a ninguna. No soy psicóloga para determinar qué es lo que lleva a un adulto a producir o consumir tamaña atrocidad. Tampoco socióloga que pueda analizar e interpretar las causas que llevan a estas aberrantes tendencias del comportamiento humano. Mucho menos una psiquiatra preparada para descubrir posibles enfermedades mentales que justifiquen esta clase de conducta. 

Sólo soy una ciudadana que defiende a ultranza la protección de la vulnerabilidad y la inocencia de los niños. Que considera a los más pequeños como lo más hermoso de la raza humana. Que está convencida de que hay que cuidarlos y respetarlos, por encima de todo. Son el futuro de cualquier país y deben crecer sanos, fuertes y educados en cuerpo y alma, porque son, además, la continuidad de la especie. Por eso, me parece inconcebible, espantoso, repugnante que haya individuos, de procedencia social y cultural diversa, capaces de atacar y destrozar esa inocencia en beneficio propio o en el de otros de la misma calaña. En nombre del ocio y del negocio. Por eso, hay que denunciarlos, perseguirlos y entregarlos a la Justicia, para que caiga sobre ellos toda la fuerza de las leyes. Las naciones que permiten estos horrores y no los combaten con todo lo que su legislación les facilita, se convierten en cómplices de lo inadmisible y habría que excluirlos de un mundo civilizado que tiene la obligación de defender la existencia de valores y costumbres sanos y positivos, como marchamo de pueblos educados en el respeto, por encima de cualquier otro interés. 

Hace mucho tiempo, un buen compañero de profesión me dijo que España es un país que sólo conoce el blanco y el negro, y que ignora que entre ambos existe una amplia gama de grises. Quizá resulte un pronunciamiento muy radical, pero, a la vista de datos como los difundidos en el Día de la Infancia, no queda otro remedio que darle la razón. De un país religioso hasta las trancas, - probablemente, por imperativos legales torticeros -, se ha llegado a prácticas tan repugnantes como las comentadas. Del puritanismo más rancio e hipócrita al libertinaje más deleznable. 

Una vez más, ha de ser la educación la que haga frente y contrarreste estas conductas patológicas y/o perversas. La educación que exige la intervención de las familias, la educación que emana de las enseñanzas escolares y la que ha de ser un compendio de ambas. La educación del conocimiento y de los valores. Ojalá se logre lo antes posible y acabemos, entre todas las personas de buena voluntad, con la peor de las lacras.

viernes, 14 de diciembre de 2012

¿Dónde están?

Hay personas que se cruzaron en nuestras vidas y con las que tuvimos una relación muy especial que, a lo mejor, no duró demasiado. Y no hablo de relaciones sentimentales al uso, sino de las que nacen de la compenetración y del entendimiento entre dos seres humanos, sea cual sea el género al que pertenezcan, la extracción social o el color de la piel. De las que surgen de manera natural y que no se basan en experiencias compartidas, a lo largo de un tiempo, sino de las que brotan de un modo espontáneo y puntual, y sólo duran unas semanas o, a lo sumo, unos pocos meses. Hoy quiero recordar a María, nombre supuesto de una joven con la que coincidí en el lugar en el que me alojé durante casi sesenta días, con motivo de la oposición a unas plazas a las que yo aspiraba, hace ya unas cuantas décadas. 

Era - y espero que siga siendo - tan canaria como yo y de edad similar a la mía. Pertenece a una familia de ringo rango, de estas tierras, que no tengo el gusto - o el disgusto - de conocer y, desde hacía una larga temporada, vivía en aquella residencia en la que yo estuve esporádicamente. Cuando se enteró de que un pequeño grupo de paisanos acababa de llegar a aquella instalación, se puso en contacto con nosotros y una simpatía mutua se estableció de inmediato. Era licenciada en una rama humanística y, aunque no ejercía como profesora, malvivía de su especialidad y de una ayuda económica que recibía de su familia hasta que se enteraron de que estaba embarazada sin casarse. 

Todo esto me lo contó antes de que yo volviera a mi casa. Debí ser merecedora de su confianza y también debí ser el hombro que necesitaba para desahogar la pena que parecía llevar muy adentro. La pena de la lejanía, de la incomprensión familiar, del abandono, de la cobardía y la inmadurez del hombre del que se enamoró... Pero también me transmitió su ilusión por el hijo que esperaba y que pensaba sacar adelante, con o sin ayuda y le pesara a quien le pesara. Me pidió la dirección de mi domicilio y, durante una temporada, mantuvimos una correspondencia puntual: las felicitaciones navideñas y el acontecimiento de la llegada de su niño y el nombre que le puso. Aunque no sé donde lo tengo, aún conservo lo que me envió y recuerdo su letra picuda y personal, con aires de antigua alumna de colegio religioso. 

Quizá sea la proximidad de estas fiestas la que ha hecho que venga a mi memoria y me encantaría volver a saber de ella. Dónde estará ahora, cómo habrá salido adelante, si tiene más hijos, si su familia la aceptó por fin, si ella estuvo de acuerdo, si es feliz a pesar de todo... Un montón de preguntas que reharían el tiempo que quedó atrás, entre otras razones, por la distancia. Una distancia casi insalvable cuando son más de dos mil kilómetros los que separan un lugar de otro y, en aquel entonces, la frecuencia de los vuelos y el coste de los mismos eran un obstáculo para mantener el contacto entre las personas. 

Siempre he tenido la sensación de que cualquier día podríamos encontrarnos de nuevo, aunque también siempre me asalta la duda de si nos reconoceríamos. La vida nos va cambiando en muchos aspectos y el más visible es el físico. Ganamos peso, llegan las arrugas. A lo mejor, dejamos las inevitables canas a la vista. La mirada puede haberse apagado con los avatares vividos. Nuestro andar es más lento, menos vivaracho por razones obvias. Todo esto hace que podamos cruzarnos con alguien, que no vemos desde hace muchísimo tiempo, y perdamos la oportunidad de volver a disfrutar de su compañía y de compartir nuevas confidencias. 

No sólo María ocupa uno de mis recuerdos de breves experiencias vitales con otras personas. También la presencia masculina dejó su huella, mejor o peor, pero huella indeleble, al fin, y que también me gustará recuperar. Asimismo, de mi larga etapa deportiva conservo momentos de corta existencia, pero intensos, protagonizados por intérpretes peculiares. 

Pero estas son otras historias y será en otras ocasiones cuando las cuente. Quizá, en las próximas, quién lo sabe...

martes, 20 de noviembre de 2012

Mente en blanco

Hay veces en las que a una no se le ocurre nada que sea digno de escribirse, o de juntar letras, como yo suelo decir. Pero, la misma una, siente la necesidad imperiosa de hacerlo y, aún así, con la mente tan blanca como la pantalla que tiene ante sí, se sienta frente al ordenador y comienza a pulsar el teclado. Nada. Se levanta, da una vuelta por la casa. Va a la cocina a tomarse un buen vaso de agua fresca, para ver si le llega a la cabeza y le despierta las ideas. Nada. Enciende la tele un momento, escucha la radio unos minutos. Una con imágenes y la otra sin ellas, cuentan prácticamente lo mismo. Tampoco le ayudan en nada. Bien al contrario, lo que hacen es invitar al olvido de todo lo que se ha oído y visto. No abundan temas atractivos que incentiven ideas. Sólo son reiterativos y obsesivos hasta la saciedad. 

Vuelvo al ordenador y, en el camino, aprovecho para asomarme al balcón y echar una ojeada al panorama de casi siempre. El cielo, encapotado y anunciando agua en cualquier momento. Las casas, sin variaciones. Fachadas antiguas, pocas, y más recientes, la mayoría. Detrás de todas se encierra la existencia y costumbres domésticas de los vecinos de toda la vida y de los de hace poco. En la calle, la cinta inmóvil de vehículos aparcados y el ir y venir de los que van de paso. La normalidad de la rutina cotidiana. Regreso a mi rincón y vuelvo a intentarlo. Nada. 

Está claro que cuando la cabeza y el corazón - el estado de ánimo, en definitiva - no están por la labor, nada ni nadie los estimula. Temas hay, de sobra, para adentrarse en ellos. Recuerdos, también. Imágenes, a partir de las que animarse - o deprimirse -, muchísimas. Me temo que lo que no hay, en esta ocasión, es deseo de hacerlo. Llegados a este punto, las pocas veces en que esto me ocurre, me llevan a preguntarme qué es lo que hacen, para superar un momento de éstos, los que viven de la escritura. O, a lo mejor, a ellos no les pasa porque tienen recursos, - que yo no tengo -, para salir del atolladero. Dicen que la necesidad agudiza el ingenio y el que tiene como oficio o profesión el arte de escribir, no puede permitirse veleidades como la que hoy me pasa a mí. 

Llegados a este punto, pues, me tranquiliza el que yo no tengo la obligación de juntar letras, que sólo lo hago por pura afición, por puro tirón genético, y que ambos pueden esperar a que las ganas lleguen o a que aparezca el tema que les espabile. De momento, sólo surge contarles lo inútil del intento y, por ahora, ya es bastante...

martes, 6 de noviembre de 2012

Cargos de quita y pon

Cuando en Noviembre de 2011 cambió el gobierno de este país a resultas de las elecciones generales anticipadas, comenzó el acostumbrado relevo de cargos y responsabilidades. Cambios que llevaron sus tentáculos hasta la televisión y la radio públicas, como también suele ser habitual. En aquellos días y posteriores, tanto en estos poderosos medios como en los periódicos de papel o en la Red, era noticia constante que si fulanito se había marchado voluntariamente y antes de que lo cesaran, o que ciclanito sustituía a menganito como director general del ente público. Los hubo que se anunciaron con antelación y también los que se hicieron a bocajarro, de un día para otro y, probablemente, con alevosía y nocturnidad. En resumen, unos, a petición propia del afectado; otros, por decisión de la superioridad. 

Entonces, y desde hace muchísimo tiempo, me asaltan las mismas preguntas: ¿Por qué ocurre esto con cada cambio de gobierno? ¿No deben ser la competencia y la eficacia de los distintos profesionales las que deban primar?¿De qué sirven esos - dicen - importantes niveles de audiencia de tal o cual programa? ¿Es que esos programas aleccionan en uno u otro sentido ideológico: izquierda, derecha...?¿Creen los dirigentes políticos que los oyentes/televidentes somos tan tontos que se nos manipula sin que nos demos cuenta? ¿Es esto un indicador de democracia?. 

Quizá sea mi ignorancia sobre las triquiñuelas políticas al uso, vengan de donde vengan, o quizá la ingenuidad de creer que las cosas que ocurran en estas situaciones deben ser objetivas, limpias, respetuosas y transparentes, las que me llevan a plantear todas estas cuestiones. Los más entendidos y enterados me dicen que es la política del "Quito a los anteriores para poner a los de mi partido" o del "Los favores hay que pagarlos" o del "Sólo me fío de los míos"

Cuando una llega a estos niveles de conocimiento básico de esta macromaquinaria y, además, recuerda un breve paso por la Consejería de Educación del primer gobierno autónomo canario, en calidad de coordinadora y asesora técnica para temas de reforma educativa, no le queda otro remedio que lamentar que las cosas funcionen de esta manera en la política. Si no se estaba a favor de los que mandaban, daba lo mismo el que se demostrara ser un profesional capacitado, trabajador y eficiente. 

Fui testigo de las trabas y reticencias que se pusieron al nombramiento de un compañero, indispensable para la puesta en marcha de aquel proyecto novedoso. Y todo porque en reuniones previas, y en su calidad de profesor de a pie, había hecho unas simples preguntas en torno a datos concretos que podían afectar a la trayectoria futura de los alumnos y de los que ejercían su especialidad. Por lo que contaban los que supieron de aquel veto, el citado profesor se había significado, - para la cúpula dirigente -, poco menos que como un reventador del sistema y un obstáculo para avanzar. Al final, no les quedó más remedio que dar luz verde al "sospechoso" porque los plazos para la constitución del Gabinete Técnico se acababan y no se conocía a ningún otro que, además de gozar de las "simpatías" oportunas, ofreciera las mínimas garantías de experiencia, trabajo y dedicación. El paso del tiempo demostró que no se facultó, para aquel cargo, a un enemigo. Todo lo contrario: se nombró, en definitiva, a una persona entusiasta, eficaz colaboradora y, además, crítica y con muchos argumentos para serlo. 

Dos años más tarde de aquella peripecia profesional, también sufrimos el cese de nuestros puestos - exclusivamente técnicos -, por cambio de partido al frente del Gobierno autonómico. La nueva dirección de la Consejería nos invitó a continuar, pero ignorando nuestro trabajo anterior y creando una estructura de mando que eliminaba toda la línea de actuaciones seguida y la enorme y constante labor de equipo que se había logrado en los años iniciales de la reforma experimental. Como puede deducirse, no aceptamos aquellas condiciones y volvimos a nuestras funciones, de toda la vida, como profesores en el centro de enseñanza que a cada uno le correspondía. 

Quizá sea esta propia experiencia la que me lleva a seguir rebelándome ante esa inveterada costumbre política. Me subleva que no se atienda a la calidad humana y profesional de aquellos en los que se delega, para sacar adelante tareas encomendadas a los gobiernos. Tareas que han de repercutir en el bien de todos los que les han elegido y de los que no lo han hecho, pero que respetan el resultado de la mayoría. Gobiernos que, a la vista de lo reciente y de lo pasado, "olvidan" el deber de cumplir, honrada y eficazmente, el mandato que se les otorga a través del voto individual, libre y democrático. 

Quizá sea aquella pasada experiencia personal la que me enseñó a ver que, por encima de partidos e ideologías, hay que aprender a respetar al trabajo bien hecho y a las personas y los equipos que lo hacen posible. De ahí que esa experiencia tan cercana, me haya llevado a que me siga haciendo la misma serie de preguntas, cada vez que cambian los gobiernos.

viernes, 26 de octubre de 2012

Frases hechas, ideas deshechas

Tengo claro que frases, expresiones, saludos y despedidas que hoy usamos con enorme frecuencia, no son materia de estudio y, probablemente, ni estén catalogados bajo algún epígrafe por ningún experto y, a lo mejor, ni siquiera recogidos en bitácoras especializadas o estudiosas de estos temas. Hoy me atrevo a hacerlo yo con unos pocos sin ser, en absoluto, especialista. Sólo una aficionada convencida de la fuerza de la palabra viva. Una aficionada que tiene el oído muy atento a lo que oye y la vista, a lo que lee. En este apartado de hoy, sobre todo a lo que oye. 

A cada momento, en cualquier conversación mantenida con familia y/o amigos, se repiten frases hechas como "Lo que tenga que ser, será", "No queda otra" o "Es lo que hay". También "Lo que hay que ver" o "Lo que hay que oír", aprovechadas, por cierto, como títulos para programas televisivos o radiofónicos. Las escuchamos en tertulias organizadas en cualquiera de estos medios audiovisuales, o en las de la cafetería, tasca o restaurante que frecuentemos o visitemos esporádicamente. Asimismo, en comentarios deportivos, ya sea por personal especializado o por apasionados seguidores de uno u otro equipo. 

También las inventan y las popularizan personajes del mundo del humor que, por tener mucha audiencia, terminan instalándolas en el lenguaje coloquial de sus numerosos seguidores. Ejemplo, entre otros, que va convirtiéndose en clásico es el "Si hay que ir, se va". Las celebramos muchísimo cuando el que las dice a media lengua o con lengua trapo, es un crío de la familia que, de tanto oírlas a sus mayores, termina repitiéndolas a su manera. Para mí, todas ellas encierran un cierto aire fatalista, de resignación o de conformismo que va más allá de la aparente ocurrencia. No sé si los tiempos que estamos viviendo contribuyen a su uso o no tienen nada que ver con ellos. 

En el variado universo tertuliano las hay especializadas en asuntos políticos que también usan frases-latiguillos, como, por ejemplo, "Pasar página" o el tan traído y llevado "Poner en valor", expresión que hicieron su favorita los socialistas y a la que se ha unido todo el espectro parlamentario. Un galicismo innecesario, mettre en valeur (poner en valor), con el que se está sustituyendo una palabra española tan expresiva como valorar, aunque algunos lo traduzcan como valorizar, de mucho menos uso en nuestro idioma y de pésima eufonía. 

Asimismo, los adverbios "básicamente" y "obviamente" están a la orden del día. En especial, en un atractivo meteorólogo, de una cadena de televisión, que aplica estos latiguillos en los informes del tiempo que presenta y desarrolla. Explicaciones muy exhaustivas y detalladas que, por lo largas, le permiten intercalarlos muchas veces, llegando a ser obsesivos para el que los oye. 

En cuanto a los saludos y despedidas se refiere hay uno, en particular, que siempre me llama la atención: "Hasta luego" o el más cariñoso "Hasta lueguito". Cuando los empleamos estamos diciendo lo mismo que "Hasta dentro de un rato" o "Hasta después". Es decir, que entre quien lo dice y quien lo recibe sólo pasará un corto espacio de tiempo para volverse a ver o a hablar. Sin embargo, desde hace ya mucho, se está aplicando en sustitución del simple "Adiós", de ese saludo sine die (sin día), que no tiene día fijado para volver a encontrarse y que se da cuando no se van a ver u oír de inmediato. Es el saludo que no tiene fecha límite, pero que deja abierta la posibilidad de que vuelvan a verse. 

Se le dice "Hasta luego" tanto al que se acaba de conocer y, de antemano, se sabe que no se volverá a ver u oír nunca más, como al que se va de viaje, al otro lado del mundo, y quizá no volvamos a encontrarlo en muchos meses o años. Para mí, es una expresión sorprendente por lo impropio de su uso y por la gran cantidad de gente que la emplea para despedirse. Por eso, cuando se me escapa, de tanto oírsela a otros, me digo que, para la próxima, no volveré a repetirla. Complicado autoencargo éste, cuando son rarísimas las personas, conocidas o no, que se lo dicen a una constantemente y, una, termina cayendo en el error comentado. No dudo que tenga un origen y una razón de ser que desconozco y que explicarían el porqué del arraigo en los hablantes actuales. 

Y como no queda otra y esto es lo que hay, después de lo que hay que ver y de lo que hay que oír, básica y obviamente, pasaremos página para poner en valor que lo que tenga que ser, será y si hay que ir, se va. Para terminar, un ¡hasta luego! aunque quizá deba decir un ¡adiós!, porque puede que muchos, después de este chascarrillo banal, se despidan de mí, hasta nunca jamás.

jueves, 18 de octubre de 2012

Recuerdo imborrable

Los encuentros con los antiguos alumnos siempre me dejan un sabor de boca a momentos muy buenos, vividos con ellos, en el espacio común de un aula, un pasillo, el patio del recreo o, excepcionalmente, en algún viaje de estudios. En estos últimos días, me ronda la memoria el único que hice, a lo largo de más de 40 años de docencia, fuera de esta isla y en unas vacaciones de Semana Santa. Fue con un grupo mixto de doce o trece alumnos de 3º de BUP del Hispano Inglés, en 1979. Tenían interés en visitar Lanzarote y para allá fuimos. Les acompañamos dos profesoras y las dos, desde el primer día, vimos que nuestro futuro inmediato iba a pasar por dormir muy pocas horas. Eran unos chicos excelentes en todos los aspectos: buenos estudiantes y muy correctos. Pero también, muy jóvenes y ávidos de diversión, risas y fiestas. 

Durante el día, recorríamos los pueblos más representativos y recuerdo, especialmente, la subida en dromedarios que hicimos a la Montaña del Fuego. El bamboleo incesante de estos cuadrúpedos, la estrechísima vereda por la que ascendían y el miedo que algunos sentimos viendo aquel plano tan inclinado de la montaña, fueron motivos de gritos asustados y sonoras carcajadas durante todo el trayecto. De regreso al punto de partida, el panorama no decayó, porque fue peor la bajada que la subida. 

Cuando volvíamos a la capital, ducha y cena en el hotel, y paseo por la ciudad. Una vez fuimos al cine, pero el resto de tardes-noches terminaba en las habitaciones, donde se reunían para hacer juegos de grupo y donde tramaban gastarse bromas unos a otros, hasta altas horas de la madrugada. Para que aquella diversión no se desmadrara y pudiera molestar a los que también se alojaban en la misma instalación hotelera, allí estábamos Inés (la otra profesora) y yo, hasta la hora que ellos quisieran, atajando los excesos sonoros. Al día siguiente, madrugón mañanero para salir de excursión, nuevamente, con caras de faltar un buen rato más de descanso. 

Cuando llegó el día de regresar a nuestras casas, el largo viaje en barco sirvió para dormir todo lo que no lo habíamos hecho en Arrecife. Era un viejo barco con camarotes en los que sólo habían asientos compartidos de madera y la comodidad no estaba entre sus cualidades. Mal que bien, los chicos se fueron encajando en ellos y - juventud, divino tesoro -, no tardaron nada en caer como benditos. Después de comprobar que todos descansaban en sus sitios - incluida mi compañera -, me senté entre dos alumnas y, al poco tiempo, cogí el sueño también. Como suelo tenerlo bastante ligero, la mala postura en que me encontraba y un bandazo del barco me despertaron enseguida. Quise recuperarlo, pero al ver que me costaba hacerlo, ni corta ni perezosa, me lancé al piso del camarote y usando la bolsa de viaje como almohada, conseguí dormir profunda y plácidamente, a los pies de mis alumnas sentadas, hasta que llegamos a nuestro puerto. Las pocas horas de descanso que tuvimos en los siete días de permanencia en Lanzarote, habían hecho estragos en mí y, por primera y única vez en mi vida de adulta, fui capaz de caer en los brazos de Morfeo sobre una superficie dura, plana y fría, durante un buen número de horas. Recuerdo que, cuando desperté, me sentía repuesta de aquel cansancio y muy despejada.

Han pasado más de tres décadas y sigo recordando aquella única experiencia viajera con alumnos, como una de las más bonitas, divertidas y agotadoras de mi vida profesional. Aquel curso fue el último que trabajé en el Hispano Inglés y, quizás, ese viaje inolvidable fuera el broche de oro con el que coronara mi estancia de cinco años en aquel Centro escolar.

No he vuelto a reunirme con aquellos queridos alumnos, además de estupendos compañeros de viaje, porque la vida ha trazado caminos distintos para todos y coincidir es bastante difícil. Me encantaría hacerlo y no pierdo la esperanza de que, algún día, volvamos a vernos para compartir y completar detalles entrañables que puedan haberse olvidado y que, con la ayuda de unos y otros, podamos revivirlos con la misma sana alegría que los disfrutamos hace algo más de treinta y tres años.

martes, 9 de octubre de 2012

Rechazo rotundo


(Hasta aquí, los títulos sugeridos por Pilar, aunque este último lo he completado con el calificativo que, creo, refuerza el contenido de la entrada. Gracias, de nuevo, a la estimada amiga).

La actualidad manda y más cuando es una actualidad que duele y, aunque tenía intención de publicar otra entrada más agradable que ésta, no quiero pasar por alto, ni dejar en el teclado y el olvido, lo que pienso de ciertas conductas. Ya me pronuncié, en anterior post, sobre las aciagas frases que, recientemente, han manifestado determinados representantes políticos del partido en el gobierno. Hoy, quiero hacerlo con la que nunca pensé que llegaría a leer o escuchar de nadie y, mucho menos, de un alto cargo de ese gobierno. Y deseo hacerlo, sobre todo, como ser humano que soy. Con independencia, incluso, del género al que pertenezco. Para ello, un breve resumen cronológico, antes. 

En la habitual visita que hago a mi página de Facebook, en el apartado de Últimas noticias, descubro, el pasado día 5, que lo abre una compartida, que publicaba el diario El País, de esa misma fecha, y que titulaba "Las leyes son como las mujeres, están para violarlas". Me pareció tan disparatado lo que leí que lo achaqué a una mala comprensión del título, por mi parte, y volví a leerlo de nuevo. Indignada y atónita, accedí al texto de la noticia y mi enfado, sorpresa e incredulidad se acrecentaron a medida que avanzaba en la lectura. En primera instancia, pensé que podía ser una interpretación errónea de quien informaba en este periódico, pero acudí a las versiones digitales de otros medios de comunicación de ámbito nacional y, absolutamente todos, coincidían en el relato de tamaña ofensa. No pude contenerme y, a mi vez, lo compartí en mi muro, acompañado de las primeras reacciones que me produjo el contenido de la información. Pasados algunos días, sigo pensando exactamente igual que como me pronuncié en aquel momento y, cuanto más leo y oigo sobre el mismo tema, más me reafirmo en lo dicho, y más reflexiones van surgiendo al hilo de lo leído y escuchado. 

En el desarrollo de muchas de esas informaciones, se hace mención a la renuncia del impresentable sujeto que, no contento con el desvarío, alardea de que “Nadie me ha pedido mi renuncia. Tengo una situación personal por la que no puedo afrontar el cargo. No tiene nada que ver con lo sucedido, aunque es cierto que todo suma”. Carece de la valentía de reconocer que esa barbaridad, como única razón, merece su abandono del puesto que ocupa y, con una actitud rayana en la soberbia y la chulería, se ampara en argumentos difícilmente creíbles y, menos aún, cuando sólo hacía un par de días que la ministra de Empleo le había nombrado presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior. Entrada más triunfal en un cargo, difícilmente se habrá visto. En todo caso, la titular de ese Ministerio no debió, siquiera, esperar a la dimisión de este individuo, sino ordenar su cese inmediato y fulminante, además de proponerlo para la expulsión del partido, al que, por cierto, ambos dejan en pésimo lugar. Hasta ayer, martes, la señora Báñez debió estar meditando qué medidas tomar con esta negación de lo que debe ser un buen político. Siete días necesitó para llegar a esta conclusión: el comentario le parece “lamentable” e “injustificable”. Además, deplora que el partido mayoritario de la oposición haya hecho de este asunto "un tema partidista". Vamos, que lo único que le preocupa es el cariz político que, según ella, ha tomado una conducta execrable donde las haya. Añade, además, que "Se trata simplemente de un tema de principios, de principios constitucionales, y de falta de respeto"

También se cuenta en las noticias que, forzado por la carta de repulsa presentada por los componentes de la Mesa de Educación y Cultura, perteneciente al antes citado Consejo - y que fueron quienes tuvieron que soportar esta ofensiva e inadmisible frase -, les pidió disculpas personalmente, pero sin aludir al motivo. Uno de esos integrantes de la Mesa declaró que “Pidió perdón, pero no dijo claramente por qué.". Asimismo, el retrógrado manifestó este pasado viernes, en la Cadena Ser, que "Yo estoy completamente en contra de cualquier tipo de violación, soy un admirador educado y respetuoso de la mujer. Soy hijo de mujer, esposo de mujer y soy de una tierra, Galicia, donde la mujer ha tenido un papel muy importante". No puede ser más superlativo el grado de cinismo que rezuman estas palabras, ni mayor el desprecio a la inteligencia de todos los que hemos tenido acceso a esta serie de hipocresías. Si el que hace estas declaraciones estuviera convencido de ellas, jamás se hubiera permitido un pronunciamiento tan insultante e irrespetuoso como el que ha hecho. Está muy claro que lo que tiene interiorizado es lo que soltó, como una gracia, en la citada reunión del Consejo que presidía. Justo lo contrario de lo que, después de lo ocurrido, se empeña en manifestar. 

Si este individuo dice tener esposa y madre, y si también tiene hijas, hermanas, sobrinas... ha demostrado, del modo más vil, el respeto que todas le merecen. Quién así se pronuncia debe recibir el rechazo de toda la sociedad. De todos, sin excepción. Este es un tema que va mucho más allá de partidos, de votos, de intereses creados... Que siempre habrá que repudiar de un modo tajante y contundente. De tolerancia, cero. De máxima exigencia de responsabilidades. No se puede permitir, ni admitir, que nadie hable de esta forma y, muchísimo menos, quienes ostentan el gobierno y el poder. Estos, menos que nadie. Sean del color político que sean. 

Por todo esto, me gustaría comprobar que instituciones y/o asociaciones defensoras de los derechos, de los deberes y del respeto que cualquier ser humano se merece, cuando es agredido en su dignidad, se movilizan para exigir la reparación de esa dignidad herida, haciendo que el peso de esas leyes despreciadas por este sujeto, caigan, implacables, sobre él. 

Que iniciativas como las que ya circulan por las redes sociales, en forma de contrafrase: "Las leyes son como las mujeres: están para respetarlas", no sea lo único que se mueva. Espero que no nos conformemos sólo con bonitas máximas compartidas.

martes, 2 de octubre de 2012

No sé si será uno de los signos inequívocos del paso del tiempo - o sea, de la edad -, pero, cada vez más, me encanta reunirme con antiguos compañeros de estudios, con los que lo fueron en el trabajo y con ex-alumnos. En especial, con estos últimos por razones obvias: los conocí y dejé casi niños y siento interés por descubrirlos como adultos.

Me agrada reencontrarme con ellos, a pesar de que no recuerde el nombre de la inmensa mayoría. A pesar de que no los haya visto en unas cuantas décadas y a pesar de que me cueste reconocerlos, en muchos casos. Sobre todo, a los varones, que cambian un montón. Algunos, aparecen con barbas y/o bigotes, más o menos poblados, o con modernas moscas en sus barbillas, y patillas a lo Curro Jiménez. Otros, han perdido parte del pelo en el camino o les van apareciendo mechones plateados. Los menos, muestran una incipiente curva de la felicidad y, muy pocos, la tienen bien consolidada. A casi todos los dejé teniendo menos altura que yo y, cuando vuelvo a verlos, me sacan una cabeza y pico. Todos estiraron por ley natural, cuando les tocó hacerlo, y yo, por la misma ley, he ido menguando. Aquí no hay distinción entre ellas y ellos. 

De las chicas, los profesores solemos mantener mejor el recuerdo de sus características físicas, porque sus cambios hormonales llegan antes y, cuando las dejamos, ya eran proyectos de mujer que dejaban ver una adultez inmediata. Volver a encontrarlas es recuperarlas más maduras, más interesantes. Con los rasgos propios de sus experiencias como madres, en su gran mayoría, o, simplemente, por el camino vital recorrido. Tampoco aquí, en el trayecto vivido, hay diferencia entre ellos y ellas. 

Es un placer identificarlos, ya sea porque los descubro de inmediato, ya porque me dan pistas con detalles y recuerdos comunes para poder hacerlo. Cuando me cuentan qué han hecho a lo largo de todos estos años que no nos hemos visto, siento mucha alegría por sus logros. En mi fuero interno, creo haber intervenido en una ínfima parte de lo que son y han conseguido ellos, y eso me satisface y me hace constatar la enorme responsabilidad que contraemos los profesores, cuando decidimos dedicarnos a esta profesión. 

Reunirme con ellos es recuperar momentos de un pasado escolar en común, que reconstruimos entre todos. Muchas veces, con la ayuda de fotografías que sirven para ponerles los rostros infantiles y juveniles que yo tuve el gusto de observar desde mi lugar de profesora. Rostros atentos, concentrados, extrañados, expectantes, distraídos, divertidos, asustados, serios, interesados, confiados... pero, casi todos, deseando entender para aprender. 

Mi especialidad, además de no disgustar a la inmensa mayoría, comportaba un gran número de estudiantes. A lo largo de algo más de cuarenta años de docencia, han sido un poco más de seis mil alumnos los que llegué a tener. Imposible, pues, recordarlos a todos. La excepción podría darse con los del Hispano Inglés, porque durante cinco años fui la única profesora que había, para impartir unas materias obligadas en todos los cursos escolares. Eso llevaba a encontrarte con los mismos alumnos durante todo aquel tiempo y, lógicamente, me acuerdo de gran cantidad de ellos, de un modo más preciso. 

Con una buena representación de estos últimos - los del Hispano Inglés -, porque tienen a bien convocarme desde 2003, me he visto en unas cuantas ocasiones. La última, hace algo más de una semana y, como siempre me ocurre, la alegría y la emoción del reencuentro con los que suelen asistir y con los que lo hacen por primera vez, se repitieron. 

Con esa misma emoción y alegría, me he puesto ante el teclado del ordenador para rescatar estos encuentros actuales y aquellos tiempos pasados. Tan entrañables los unos como los otros. Los buenos ratos vividos con aquellos niños y jóvenes del ayer, convertidos en espléndidos hombres y mujeres de hoy, merecen unas cuantas líneas de esta antigua profesora que disfrutó, y disfruta, con su compañía.

martes, 25 de septiembre de 2012


Vuelvo a abrir mis desahogos mentales con un nuevo interrogante: ¿Hasta cuándo tendremos que seguir oyendo/leyendo las frases "antológicodisparatadas"  de políticos, más o menos relevantes, del partido en el gobierno, o sea, el Partido Popular?. Aunque estas lindezas se dijeron hace unas cuantas semanas, nunca es tarde para comentarlas y asombrarse de la desfachatez y la poca vergüenza de la que hacen gala estos personajillos, venidos a más, por mor de la política. ¡Pobre política!. 

Desde la encendida defensa que su secretaria general, la inefable señora de Cospedal, hizo de la clase a la que pertenece, diciendo que "no hacen su trabajo por un gran salario", y ella se lleva más de 100.000 € al año, pasando por la ministra de Trabajo, que nos puso el ejemplo de una familia en la que "los progenitores cobraran 8.000 € al mes", como si fuera lo más habitual en este país, hasta el diputado gallego que gana 5.100 € cada treinta días y dice que "las pasa canutas", que no le llega para todo el mes, vaya. Alguno pide disculpas, pero de poco le sirve porque la metedura de pata ya la hizo y de poco le sirve, también, intentar sacarla. Otros la sueltan y se quedan tan anchos. Todos demuestran el poco respeto que les inspiran los españolitos de a pie, como se decía en otros tiempos. En definitiva, que vamos pasando del pasmo y el asombro al cabreo y la indignación. 

Tengo la impresión de que ninguno es consciente de que esos emolumentos, más o menos justos, que perciben cada mes, deben incluir la prudencia, la discreción, el tacto, la consideración, la mano izquierda y el respeto hacia quienes van perdiendo todo lo poco o mucho que tienen. Sobre todo, el respeto hacia los que pierden el bien más preciado: su puesto de trabajo, y hacia los que llevan, incluso años, buscándolo. Seguramente, todas las etapas políticas de la democracia han tenido representantes tan impresentables como los de la actual, pero, difícilmente, alguna habrá superado lo que en ésta llevamos presenciando. 

Desde mi punto de vista, el afán de la inmensa mayoría de los ciudadanos - por lo menos, de este país -, es acumular la mayor cantidad de dinero posible. Poseer, por encima de todo y antes que nada, mucha riqueza material. Disponer de varias cuentas corrientes, a ser posible, fuera de nuestras fronteras y dentro de paraísos fiscales. Para mí que, desde hace demasiado tiempo, la meta de la vida de muchos está en el dinero y cuanto más se tenga, mejor. Lo vemos a diario, por ejemplo, en cualquier concurso televisivo en el que los premios sean cantidades altas del vil metal. El que gana, raya el paroxismo y se vuelve loco de alegría por conseguir las pilas de billetes de curso legal, y el que pierde, suele llorar amargamente por no haberlo conseguido. Incluso, aunque trate de disimular ese llanto, no puede evitar la expresión de fatal desencanto. 

Otra muestra de ese culto al becerro de oro (entiéndase, al dinero) la constituye la admiración que suele manifestarse ante esas estrellas deportivas, que cobran cifras galácticas y el deseo, no siempre expresado, de que algún heredero directo (entiéndase, algún hijo) pueda llegar a ser una de esas estrellas, más por lo que va a ganar que por lo que llegue a ser deportivamente hablando. 

Con este caldo de cultivo no es de extrañar que un tercer sector de habitantes de este país aspire a alcanzar la categoría de político, no para dedicarse a la noble tarea de pelear por el bienestar y la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadanos, no. Se aspira, por lo visto, a enriquecerse todo lo más posible y en el mayor espacio de tiempo en el que se pueda seguir ocupando la poltrona. 

Muchos dicen estar quemados por esa labor, pero muy pocos, o ninguno, abandona. ¿Sería a eso a lo que se refería el que acuñó lo de "la erótica del poder"? Si no lo es, debe ser algo muy parecido. Quizá, la erótica del dinero. A las infames pruebas me remito y esperemos que no siga cundiendo el mal ejemplo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Cada mes del año tiene sus encantos y Septiembre no iba a ser menos. Diría que, para mí, es el que más los posee. A él pertenecen los últimos 21 días del verano, los que suceden a los más duros de la estación. El calor va cediendo poco a poco y da paso a días más frescos, sobre todo durante la noche, que es cuando lo necesitamos para reparar el desgaste del día y para recuperar fuerzas para la jornada siguiente. El ambiente se dulcifica y se hace más respirable, más agradable. El mar se convierte en una gran balsa que parece acercar, aún más, unas islas a otras, y su temperatura se vuelve más templada.

Pero lo que más me gusta es su luz y su color. El cielo alcanza el azul más intenso del año, porque la atmósfera se vuelve más transparente, más límpida. La luminosidad es especial y más intensa, seguramente por las mismas razones atmosféricas. Son fechas únicas para sacar las mejores fotografías, precisamente por esas cualidades que aporta la luz, que es la razón de ser que justifica la existencia de esa manifestación artística tan practicada y admirada por muchos. 

También tiene Septiembre sus frutas exclusivas, de las que es reina la uva, tanto la negrazulada como la verdidorada, si se me permiten estas licencias cromáticas. Las acompañan las sabrosas peritas de agua, los oscuros arándanos y zarzamoras y los primeros aguacates y membrillos, además de seguir disfrutando de la brevedad de los higos y de la jugosidad de la sandía y el melón, frutas estrella del verano que se extingue. 

Asimismo, es el mes en el que los que estudian y los que trabajan en el mundo de la enseñanza vuelven a sus tareas. Para todos ellos, quizá sea el mes que menos les atraiga, pero recuerdo que para mí, como profesional de esa noble actividad, era un período de ilusiones y expectativas. Como estudiante, pertenecí a la generación de los que volvíamos a clase en Octubre y era, en ese mes, cuando vivía lo mismo que viví, más tarde, en mis septiembres profesorales. 

Encontrarte de nuevo con tus compañeros de siempre, conocer a los que se incorporaban por primera vez al Centro, celebrar las primeras reuniones para ir encendiendo el engranaje educativo, adaptarte al nuevo horario, preparar el aula y los primeros materiales para poner en marcha el curso, comprobar que todo estaba donde debía, recibir a los alumnos que ya conocías y a los que se estrenaban como tales, contarles lo que íbamos a hacer juntos durante 175 días lectivos, era un proyecto ilusionante, para el noveno mes del año. 

Los últimos cinco Septiembres los he disfrutado más, si cabe, porque he podido salir a hacer fotos, a comprar fruta, a nadar en ese mar calmo y azul, a contemplar las cercanas islas y a saludar a mis antiguos compañeros, sin tener que ajustarme al horario profesional que me adjudicaban, para ese mes y para todo el curso. 

Algunas veces, las menos, siento cierta nostalgia de aquellos inicios trepidantes dentro de las instalaciones del instituto, pero desde hace cinco Septiembres en que descubrí la libertad de disfrutar de sus excelencias, fuera de la jornada laboral, me he vuelto mucho más septembrina. Más, incluso, que por haber venido al mundo en su sexto día.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Escribir o no escribir, esa es la cuestión

(El título de esta entrada es obra de Jane, a la que le agradezco que haya tenido la deferencia de hacerlo)

Entrar en una blogoteca como la de 20minutos es como acceder a un universo infinito de múltiples y variadas ideas. Seguramente, unas, muy buenas. Otras, originales. La mayoría, supongo, aceptables. La minoría, supongo también, regulares tirando a malas. Y digo que supongo porque es imposible llegar a abrir, para ver qué contiene cada una, las casi seis decenas de miles de bitácoras que esa inmensa colmena de blogs tiene registradas y distribuidas a lo largo de veinte categorías. Es cierto que casi todos se adscriben a varias de ellas, lo cual reduce el número total en unas cuantas cifras que no llegan a ser, ni siquiera, significativas. 

Si a esta forma de reunir tantas y tantas iniciativas que se dan a conocer gracias a 20minutos, le añadimos, por ejemplo, Blogger, el servicio propiedad de Google a través del cual se crean y publican millones de bitácoras en línea, o los blogs que suelen acompañar a todo diario o plataforma digital que se precie, las cantidades pueden dispararse hasta donde se hacen incontrolables. 

Releo lo que acabo de escribir y de inmediato me pregunto que qué hago yo aquí. Que cómo me atrevo a seguir juntando letras y añadiendo líneas a este blog número x elevado a la enésima potencia, que forma parte de la inmensa blogoteca del diario digital. Que para qué lo he registrado en ella, si tengo tan claro lo infinito de su tamaño. Que cómo soy tan ilusa como para pensar que esto lo llegue a leer alguien más de los cuatro, seis o diez amigos que a una no suelen fallarle. Que, en definitiva, no soy más que un granito, casi microscópico, perdido en una montaña de buenas, originales, aceptables y regulares ideas.

Vuelvo a releer y vuelvo a reflexionar: a pesar de todo lo que sé y de todo lo que declaro, aquí continúo. Y es que juntar letras para formar palabras y, con ellas, plasmar ideas, se convierte en un veneno que se lleva en la sangre desde siempre y por la vía de la herencia y, ya se sabe, cuando eso ocurre es prácticamente imposible contrarrestarlo. Aunque a una le ronde, muchas veces, oponer resistencia y arrojar la toalla. Aunque una esté convencida de que es la millonésima parte de uno de los millones de granos que forman esa inmensa montaña de blogferas o blogosferas - como más guste -, y sepa que aquí sólo entran esos buenos amigos que a una no suelen fallarle. Quizá, esa sea la razón de continuar: la fidelidad de los amigos. Y por el veneno, claro... Sí, quizá sea eso. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Expertos en gastronomía, cocineros o médicos hablan mucho, y bien, de la dieta mediterránea. Será rara la persona que no la conozca o no haya oído o leído nada sobre ella. Sin embargo, aún con características y cualidades muy parecidas, pocos serán los que sepan que también existe una dieta atlántica y, dentro de ésta, la que yo quisiera distinguir como dieta canaria. 

Desde que recuerdo, en mi casa y en las de muchos familiares y allegados, el almuerzo habitual por estas tierras era, y es, comer un plato de potaje de verduras variadas, casi a diario. El calabacín o el bubango, la calabaza, las zanahorias, la col, la piña de millo, unas ramas de perejil y las papas son como el fondo de armario del almorzar de cada día. Con frecuencia, alguna de estas fuentes de salud se sustituyen por otras más verdes, pero tan ricas como ellas. Unas veces, por un generoso manojo de berros y, otras, por uno o dos de acelgas. Para hacerlos más consistentes, sobre todo en invierno, hay quien les añade un puñadito de judías o de garbanzas. Las lentejas se reservan para mezclarlas sólo con el de calabaza y papas y, así, contar con una variante exquisita de los potajes más habituales. El agua, el chorretón de aceite de oliva y unos granos de sal gorda completan los ingredientes de un potaje a lo canario. Probablemente, a esta lista habrá que añadir todas las variaciones que, sin duda, tendrá cada isla. Incluso, alguno exclusivo. Por ejemplo, hace unos cuantos años, descubrí en la Gomera el de pantana fresca con cilantro y, desde entonces, estoy abonada a él en cuanto llega la temporada de la primera. Como remate a estas excelencias a base de verduras hay quien les añade, a la hora de comerlas, una hermosa cucharada, o dos, de gofio de millo, de trigo o mezclado. 

Al potaje suele seguirle un buen plato de pescado: sardinas, chicharros, viejas, atún o mero preparados a la plancha, en el horno o guisado. Para acompañarlos, además de unas papitas rosadas, bonitas o negras guisadas y arrugadas, una ensalada tradicional: lechuga, tomate, pimiento, pepino, zanahoria y aguacate, si es época de éste, y regada con un chorrito de vinagre, uno de aceite de oliva y un pellizco de sal fina. Si no hay pescado, el pollo, el conejo o el cabrito son las carnes más apreciadas por estos lares, aunque no se le hacen ascos a una buena chuleta de vaca o a un buen bistec de ternera. 

Como postre rey, uno o dos plátanos que, para variar, se suplen con cualquier otra fruta tropical de las que también y tan bien se dan por aquí: sandía, mango, papaya o piña ananás... Cuando se recurre al postre de factura casera, se cuenta con el frangollo, el quesillo o el bombón gigante (el mus de chocolate peninsular). Al igual que en los potajes, también en los postres tiene cada isla su especialidad: la quesadilla herreña, el bienmesabe palmero o la "torta vilana" gomera, por ejemplo. 

Este sería, a grande rasgos, el estilo habitual del almuerzo canario, aunque, hoy en día, es cada vez menos habitual. La potencia de los medios de comunicación que muestran otras culturas, la influencia de otras formas de hacer cocina por la presencia de quienes proceden de otros lugares, la formación de nuevos profesionales con nuevas ideas y nuevas materias primas hacen que lo tradicional vaya perdiendo su fuerza y su pureza. Además, la variedad de horarios laborales también ha obligado a comer fuera de casa, lo que contribuye a que sea muy difícil disfrutar de esos almuerzos tan típicos de nuestra tierra.
La recomendación de los expertos sobre que ingiramos, cada día, verdura y fruta variadas y abundantes, aceite de oliva, pescado diverso y carnes magras, a ser posible, es un verdadero lujo, dado el encarecimiento de todas estas materias primas, desde hace tiempo. Tanto si seguimos la dieta canaria como si lo hacemos con la mediterránea. Como dato muy reciente, sirva el de Junio pasado en nuestro archipiélago: el precio del kilo en frutas y verduras se triplicó, con respecto al que venían teniendo. Hoy, la prensa local habla de la subida del precio de los huevos, porque se reduce la producción al aplicarse la nueva normativa sobre el menor número de gallinas por granja y que, sin duda, repercutirá en una mejor calidad del producto final, pero que no estará al alcance de todos. 

Me temo que, con este panorama, muy pocas familias podrán cumplir con las recomendaciones de quienes velan por nuestra salud. La situación actual, por desgracia, propicia el consumo de alimentos más sujetos a lo químicamente peligroso y no recomendable. Mucho más baratos que los de procedencia natural y muy agradables para el paladar de un gran sector, aunque estén controlados por los organismos especializados. Si a todo esto le agregamos la falta de ejercicio físico frecuente y las costumbres sedentarias de pasar horas y horas ante un televisor, un ordenador o una play, se explica el aumento preocupante de la obesidad entre la población de todas las edades, pero mucho más entre los que tienen menos años. Obesidad que aporta complicaciones importantes en órganos y constantes vitales de cualquier ser humano. 

Para los que tienen dificultades económicas debe ser desalentador vivir la paradoja constante de saber que han de alimentarse saludablemente y no disponer de los medios indispensables para lograrlo. Sólo los que gestionan la marcha de los países tienen en sus manos la posible solución. Tanto en lo que afecta a sus ciudadanos más desfavorecidos como a los de otras naciones con muchas más carencias a todos los niveles. Ojalá podamos verlo algún día y, si no, que lo vean nuestros nietos, bisnietos o tataranietos.

domingo, 26 de agosto de 2012

¿Ha reparado usted, amable lector, en que el pan mini es cada vez más mini y el normal, menos normal?¿O que el papel de cocina y el higiénico, a medida que sus rollos van avanzando, su calidad va a peor, que se vuelven cada vez más finos, casi transparentes?¿ O que los tubos de pasta dentífrica o de geles y pomadas medicinales, cada vez, tienen menos pasta, menos gel y menos pomada, pero, cada vez, más aire?¿Y los enlatados, se ha fijado usted, sufrido consumidor, en que los enlatados de frutas, de atún o de sardinas, tienen cada vez menos fruta y más almíbar, menos atún o sardinas y más aceite, a ser posible, de semillas o de girasol?¿Y las revistas y los periódicos, cada día con menos hojas y éstas, cada vez, más finas también?¿Habrá reparado usted, amable lector y sufrido consumidor, en que las delgadas láminas plásticas que separan las lonchas de jamón o de queso, que nos venden envasados, son cada vez más estrechas y, por lo tanto, no cumplen ya con la función de protegerlos de la sequedad y el endurecimiento?¿Se ha percatado usted de que nada de lo enumerado ha bajado de precio, de que sólo baja la calidad?¿Estará todo esto justificado por la crisis, la oportuna crisis para unos pocos, y la desgraciada crisis para una preocupante mayoría?. De lo que sí estoy segura es de que usted sabe que, esta lista de interrogantes, se podría ampliar, pero yo no quiero agobiarle más de lo que me agobia a mí. Desde mi punto de vista de ciudadana que hace uso de gran parte de los productos citados, creo que en nombre de la cacareada crisis hay quien no pierde, ni está dispuesto a perder, un céntimo de sus ganancias de toda la vida aunque, para ello, haga uso consciente del fraude y del engaño. 

Como broche que sirve para ilustrar esta aseveración - nada sesuda, por otra parte -, sirva este execrable ejemplo: empresario del ramo sanitario al que le recortan en un 17%, una subvención proveniente del dinero público y, ni corto ni perezoso, lo hace repercutir, en su totalidad y de inmediato, en los salarios y condiciones de trabajo de sus empleados y en la calidad del servicio prestado a sus clientes, unos clientes enfermos y dependientes. Las leyes y convenios establecidos no existen para este individuo. Al mejor estilo dictatorial de tiempos pasados. Con lo que no contaba este avaro insolidario y explotador es que ese personal laboral se uniera, más que nunca, le denunciara a los órganos oficiales pertinentes y acabara ganando la partida que, de modo tan sucio y torpe, pretendía imponerles.

Lamentablemente, no será el único caso que utilice la crisis como pretexto. Seguro que usted, amable lector y sufrido consumidor y contribuyente, conoce otros muchos. Incluso, puede que, en sus propias carnes, haya soportado alguno ...

domingo, 19 de agosto de 2012

Abaníqueme usted, por favor


(Título propuesto por Lolina, a la que agradezco su colaboración)

No sé yo si a todo el mundo le pasa lo que a mí: no soporto el calor excesivo. Me anula y me quita el ánimo para hacer algo. Pierdo las ganas de comer, sólo me apetece beber agua y más agua, y cuanto más fresca, mejor. Sólo deseo estar quieta, no moverme. Ni para leer, escribir o charlar. Mucho menos para abrir Internet y ver qué encuentro en mi correo, en Facebook o en Público, en El País o en el blog de mi sobrina, que me gusta un montón. 

Los expertos niegan que éstos sean tiempos excepcionales, que los datos registrados en las últimas décadas, por los organismos meteorológicos,  no difieren mucho unos de otros. No soy especialista en el tema, pero sí muy aficionada, desde muy joven, a enriquecer y ampliar mi conocimiento empírico sobre él. Cuando las informaciones se limitaban a decir la temperatura y, como mucho, a predecir cómo sería el tiempo al día siguiente, yo solía fijarme, además, en el color del cielo y de las nubes, cuando las había. Si éstas eran grandes y algodonosas o largas y deshilachadas. Si viajaban muy deprisa, porque había un viento fuerte que las impulsaba, o si siempre estaban quietas en el mismo sitio. Si podía pasear con blusa de asillas o, por el contrario, ponerme una de mangas. Asociaba las vacaciones escolares al buen tiempo, entendiendo por éste el cielo muy azul, un sol radiante y templado fuera de la sombra y, dentro de ésta, un fresco muy agradable. Algún verano "sufríamos", como mucho, durante una semana, lo que por aquí llamábamos "tiempo Sur"  y que nos traía un fuerte "olor a Refinería". La familia o los amigos laguneros nos contaban que se sentía calor de verdad en su ciudad y eso confirmaba de dónde venía. 

Muchos años después, casi nada de lo que viví entonces se parece a lo que compruebo hoy. El calor sofocante tanto aparece mediado Mayo o Junio, como en Agosto, Septiembre u Octubre. Unas veces llega cargado de polvo de arena que reseca la nariz, tuesta el pan y deja sin gota de humedad el trapo más empapado. Otras, no paras de sudar porque es bochornoso, pegajoso y no hay prenda o toalla mojados que se sequen hasta que no les dé el sol. Ya no duran sólo una semana. Ahora pueden acompañarnos hasta un mes y más. Las noches llegan a ser infernales, porque la diferencia, con respecto al día, es sólo de dos o tres grados, a lo sumo. El sueño se interrumpe continuamente y el descanso reparador se hace imposible. Las casas, con todo lo que hay en ellas: muebles, ropas, cristales, paredes, papeles... hierven y parecen saunas y, cuando empieza a refrescar en el exterior, porque cambia el tiempo, se nota aún más lo calientes que quedan y lo mucho que tardan en volver a ser habitables. En este verano, las olas de calor africano, que estamos teniendo, se repiten con tanta frecuencia que recuperar las viviendas y recuperarse uno resulta bastante complicado. 

Los medios de comunicación difunden recomendaciones para afrontarlo, pero nunca son suficientes. Si se recurre al aire climatizado, instalarlo es engorroso y caro, y los aparatos portátiles, muy ruidosos para las horas de descanso, además de dañinos para la salud de muchos. Ni los que cuentan con la suerte de una piscina en casa se libran de él, porque no van a estar veinticuatro horas metidos en ella. Andar desnudo tampoco parece lo más apropiado y, si uno se atreviera, tampoco resuelve nada. 

¿Cómo solucionarlo? Pues, para los que puedan (porque no trabajan, tienen el dinero necesario y pocas o ninguna atadura), trasladarse estos meses del año a tierras más frescas. Por ejemplo, el Norte de España, el de Europa o cualquiera de los Polos del planeta. Si responden a este perfil, háganlo. Yo, de momento, no soy de esos privilegiados, por lo que seguiré por aquí, comprobando que, aunque los expertos lo desmientan, yo sigo convencida de que ya nuestros veranos no son lo que eran.

domingo, 12 de agosto de 2012

Altius, citius, fortius


(Título propuesto por Lolina, agradeciéndole que haya tenido a bien hacerlo)

Hoy, domingo, 12 de Agosto de 2012, se acaban de clausurar los Juegos de las XXX Olimpiadas de verano de la era moderna, en la ciudad de Londres. Para mí y para muchos, paradigma deportivo por excelencia que, gracias a la televisión y, más recientemente, a Internet, podemos disfrutar en primera línea. Aspirar a verlas en vivo sería lo más grande, pero es un privilegio que no está al alcance de todos. Hay que agradecerle, pues, a la "caja tonta" que por unos días, deje de serlo y, gracias a ella, podamos disfrutar de un acontecimiento de dimensiones universales. 

Quizá por ese gusanillo que queda en la sangre, después de unos cuantos deportes practicados durante mucho tiempo, una las sigue con bastante interés. El mismo interés con el que he escuchado a cada deportista español, que ha logrado una medalla, reconocer que desde que se dedicó a practicar seriamente su especialidad, su sueño había sido llegar a participar en unos juegos de esta envergadura y conseguir subir al podium. Cuando todos opinan así, a una no le queda más remedio que pensar que la magia de ese enorme evento deportivo existe. Hacerlo en campeonatos nacionales, continentales o mundiales parece que no motiva tanto.

Probablemente, cuando la televisión de este país sólo daba sus primeros balbuceos y no cabía la repercusión mediática que hoy tienen las Olimpiadas, pocos de los que practicábamos algún deporte con mucha dedicación, eran los que pensaban que algún día podían formar parte de ese mágico universo. Menos aún los que lo hacíamos por estas tierras isleñas, que a niveles deportivos estábamos en el último rincón del vagón de cola que ocupábamos dentro de las regiones españolas de entonces. 

Hoy me alegra profundamente comprobar que se ha avanzado mucho y que en gran cantidad de modalidades nuestros deportistas van siendo, cada vez, más punteros. Me alegra, mucho más, haber presenciado el éxito de las deportistas femeninas que, con muy poco apoyo de los estamentos federativos y de los medios de comunicación, han ganado el 65% de las medallas obtenidas en esta ocasión. 

Habrá quienes opinen que el espíritu olímpico de antaño se ha desvirtuado, que todo se ha convertido en un gran negocio y espectáculo que utiliza a los países y a los deportistas. Probablemente tengan razón. Que esa locución latina del "Citius, altius, fortius", "Más rápido, más alto, más fuerte", que es lema de este acontecimiento, lo que propicia y premia es la competencia y la rivalidad. Puede que también tengan razón. 

Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, creo que el sentimiento, la emoción que se palpa en los Juegos está muy por encima del prosaico negocio y que el procurar ser más alto, más rápido y más fuerte no tiene por qué ser, únicamente, más alto, más rápido y más fuerte que todos los demás. Que se puede intentar ser más fuerte, más alto y más rápido que uno mismo. Que en eso consiste la superación personal y que es a lo que muchos participantes aspiran, sabedores de que las medallas sólo las ganarán tres de ellos. 

Tema apasionante para los que vivimos pasadas épocas de deporte puro, lleno de generosidad y romanticismo. Germen indudable de los éxitos de hoy y, esperemos, de los que vayan surgiendo, dentro y fuera del olimpismo, en el futuro. Así lo espero y lo deseo.

lunes, 6 de agosto de 2012

En la galaxia de las Artes Visuales, cuando un autor quiere que quien dé título a alguna o a todas sus obras sea el espectador, las acompaña con estas dos simples palabras: sin título. Para los anglosajones, el mismo concepto se representa con una sola: untitled, adjetivo que traducido literalmente quiere decir intitulado. Suele ocurrir, sobre todo, en expresiones abstractas porque son más dadas a sugerir formas y composiciones figurativas diversas, que se dan en la imaginación de quien las observa. Tantas como espectadores puedan tener acceso a esas obras. También, el motivo de no titularlas puede ser la propia negación del artista a hacerlo, sencillamente, porque no lo desee. 

Desde hace un tiempo, me ronda la cabeza hacer un parangón en el mundo de la escritura que, modesta y tímidamente, intento habitar con mejor o peor fortuna. Mi intención es organizar un ámbito que no lleve título y que, al modo de muchos de los practicantes de estas artes, todo lo que en él aparezca tampoco esté titulado. En definitiva, que sean los que entren en este espacio los que pongan el titular que les parezca más adecuado o más sugerente o más descriptivo, a cada uno de los retazos que vayan conformándolo. Hoy, es habitual que los periodistas pidan a otros colegas, que forman parte de tertulias monográficas, que den un titular a noticias o pronunciamientos de personajes de todo tipo: políticos, deportistas, investigadores, famosos populares o gente de a pie. Aspiro a que aquellos que tengan la amabilidad de leer lo que vaya surgiendo en esta bitácora, se pronuncien y participen en lo que podría llegar a ser un divertimento sin más pretensión que la de establecer un nexo entre la que junta las letras y los que lleguen a leerlas.

En vez de cuadros, fotografías, dibujos, grabados o esculturas serán reflexiones, ocurrencias, opiniones, descripciones o recuerdos los que ocupen las paredes de este espacio que no lleva título, precisamente porque intentará ser un espacio múltiple e ilimitado, además de intitulado. En la galaxia de las Artes Visuales, el autor que no titula no suele saber qué títulos dan a sus obras los que las observan, admiran o repudian. En este pequeño mundo de pequeñas escrituras, quien se atreve a redactarlas sí que tiene la oportunidad de saber cómo podrían titularse, si quienes las ojeen desearan hacerlo. No deja de ser una buena ventaja y con ella cuento, si los potenciales lectores de estas letras juntadas lo estiman oportuno. Vaya mi agradecimiento por delante.

(Acompañaré, cada post, con una sola imagen en la que se reproducirá un cuadro abstracto. Proceden, unas veces, de las muchas páginas que ofrece Internet con trabajos de este estilo y, en otras ocasiones, son modestas producciones propias. Obviamente, intitulados también y sujetos a la interpretación y el gusto de los que los vean. Lo mismo que los textos: sin títulos.)