jueves, 18 de octubre de 2012

Recuerdo imborrable

Los encuentros con los antiguos alumnos siempre me dejan un sabor de boca a momentos muy buenos, vividos con ellos, en el espacio común de un aula, un pasillo, el patio del recreo o, excepcionalmente, en algún viaje de estudios. En estos últimos días, me ronda la memoria el único que hice, a lo largo de más de 40 años de docencia, fuera de esta isla y en unas vacaciones de Semana Santa. Fue con un grupo mixto de doce o trece alumnos de 3º de BUP del Hispano Inglés, en 1979. Tenían interés en visitar Lanzarote y para allá fuimos. Les acompañamos dos profesoras y las dos, desde el primer día, vimos que nuestro futuro inmediato iba a pasar por dormir muy pocas horas. Eran unos chicos excelentes en todos los aspectos: buenos estudiantes y muy correctos. Pero también, muy jóvenes y ávidos de diversión, risas y fiestas. 

Durante el día, recorríamos los pueblos más representativos y recuerdo, especialmente, la subida en dromedarios que hicimos a la Montaña del Fuego. El bamboleo incesante de estos cuadrúpedos, la estrechísima vereda por la que ascendían y el miedo que algunos sentimos viendo aquel plano tan inclinado de la montaña, fueron motivos de gritos asustados y sonoras carcajadas durante todo el trayecto. De regreso al punto de partida, el panorama no decayó, porque fue peor la bajada que la subida. 

Cuando volvíamos a la capital, ducha y cena en el hotel, y paseo por la ciudad. Una vez fuimos al cine, pero el resto de tardes-noches terminaba en las habitaciones, donde se reunían para hacer juegos de grupo y donde tramaban gastarse bromas unos a otros, hasta altas horas de la madrugada. Para que aquella diversión no se desmadrara y pudiera molestar a los que también se alojaban en la misma instalación hotelera, allí estábamos Inés (la otra profesora) y yo, hasta la hora que ellos quisieran, atajando los excesos sonoros. Al día siguiente, madrugón mañanero para salir de excursión, nuevamente, con caras de faltar un buen rato más de descanso. 

Cuando llegó el día de regresar a nuestras casas, el largo viaje en barco sirvió para dormir todo lo que no lo habíamos hecho en Arrecife. Era un viejo barco con camarotes en los que sólo habían asientos compartidos de madera y la comodidad no estaba entre sus cualidades. Mal que bien, los chicos se fueron encajando en ellos y - juventud, divino tesoro -, no tardaron nada en caer como benditos. Después de comprobar que todos descansaban en sus sitios - incluida mi compañera -, me senté entre dos alumnas y, al poco tiempo, cogí el sueño también. Como suelo tenerlo bastante ligero, la mala postura en que me encontraba y un bandazo del barco me despertaron enseguida. Quise recuperarlo, pero al ver que me costaba hacerlo, ni corta ni perezosa, me lancé al piso del camarote y usando la bolsa de viaje como almohada, conseguí dormir profunda y plácidamente, a los pies de mis alumnas sentadas, hasta que llegamos a nuestro puerto. Las pocas horas de descanso que tuvimos en los siete días de permanencia en Lanzarote, habían hecho estragos en mí y, por primera y única vez en mi vida de adulta, fui capaz de caer en los brazos de Morfeo sobre una superficie dura, plana y fría, durante un buen número de horas. Recuerdo que, cuando desperté, me sentía repuesta de aquel cansancio y muy despejada.

Han pasado más de tres décadas y sigo recordando aquella única experiencia viajera con alumnos, como una de las más bonitas, divertidas y agotadoras de mi vida profesional. Aquel curso fue el último que trabajé en el Hispano Inglés y, quizás, ese viaje inolvidable fuera el broche de oro con el que coronara mi estancia de cinco años en aquel Centro escolar.

No he vuelto a reunirme con aquellos queridos alumnos, además de estupendos compañeros de viaje, porque la vida ha trazado caminos distintos para todos y coincidir es bastante difícil. Me encantaría hacerlo y no pierdo la esperanza de que, algún día, volvamos a vernos para compartir y completar detalles entrañables que puedan haberse olvidado y que, con la ayuda de unos y otros, podamos revivirlos con la misma sana alegría que los disfrutamos hace algo más de treinta y tres años.

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