martes, 2 de octubre de 2012

No sé si será uno de los signos inequívocos del paso del tiempo - o sea, de la edad -, pero, cada vez más, me encanta reunirme con antiguos compañeros de estudios, con los que lo fueron en el trabajo y con ex-alumnos. En especial, con estos últimos por razones obvias: los conocí y dejé casi niños y siento interés por descubrirlos como adultos.

Me agrada reencontrarme con ellos, a pesar de que no recuerde el nombre de la inmensa mayoría. A pesar de que no los haya visto en unas cuantas décadas y a pesar de que me cueste reconocerlos, en muchos casos. Sobre todo, a los varones, que cambian un montón. Algunos, aparecen con barbas y/o bigotes, más o menos poblados, o con modernas moscas en sus barbillas, y patillas a lo Curro Jiménez. Otros, han perdido parte del pelo en el camino o les van apareciendo mechones plateados. Los menos, muestran una incipiente curva de la felicidad y, muy pocos, la tienen bien consolidada. A casi todos los dejé teniendo menos altura que yo y, cuando vuelvo a verlos, me sacan una cabeza y pico. Todos estiraron por ley natural, cuando les tocó hacerlo, y yo, por la misma ley, he ido menguando. Aquí no hay distinción entre ellas y ellos. 

De las chicas, los profesores solemos mantener mejor el recuerdo de sus características físicas, porque sus cambios hormonales llegan antes y, cuando las dejamos, ya eran proyectos de mujer que dejaban ver una adultez inmediata. Volver a encontrarlas es recuperarlas más maduras, más interesantes. Con los rasgos propios de sus experiencias como madres, en su gran mayoría, o, simplemente, por el camino vital recorrido. Tampoco aquí, en el trayecto vivido, hay diferencia entre ellos y ellas. 

Es un placer identificarlos, ya sea porque los descubro de inmediato, ya porque me dan pistas con detalles y recuerdos comunes para poder hacerlo. Cuando me cuentan qué han hecho a lo largo de todos estos años que no nos hemos visto, siento mucha alegría por sus logros. En mi fuero interno, creo haber intervenido en una ínfima parte de lo que son y han conseguido ellos, y eso me satisface y me hace constatar la enorme responsabilidad que contraemos los profesores, cuando decidimos dedicarnos a esta profesión. 

Reunirme con ellos es recuperar momentos de un pasado escolar en común, que reconstruimos entre todos. Muchas veces, con la ayuda de fotografías que sirven para ponerles los rostros infantiles y juveniles que yo tuve el gusto de observar desde mi lugar de profesora. Rostros atentos, concentrados, extrañados, expectantes, distraídos, divertidos, asustados, serios, interesados, confiados... pero, casi todos, deseando entender para aprender. 

Mi especialidad, además de no disgustar a la inmensa mayoría, comportaba un gran número de estudiantes. A lo largo de algo más de cuarenta años de docencia, han sido un poco más de seis mil alumnos los que llegué a tener. Imposible, pues, recordarlos a todos. La excepción podría darse con los del Hispano Inglés, porque durante cinco años fui la única profesora que había, para impartir unas materias obligadas en todos los cursos escolares. Eso llevaba a encontrarte con los mismos alumnos durante todo aquel tiempo y, lógicamente, me acuerdo de gran cantidad de ellos, de un modo más preciso. 

Con una buena representación de estos últimos - los del Hispano Inglés -, porque tienen a bien convocarme desde 2003, me he visto en unas cuantas ocasiones. La última, hace algo más de una semana y, como siempre me ocurre, la alegría y la emoción del reencuentro con los que suelen asistir y con los que lo hacen por primera vez, se repitieron. 

Con esa misma emoción y alegría, me he puesto ante el teclado del ordenador para rescatar estos encuentros actuales y aquellos tiempos pasados. Tan entrañables los unos como los otros. Los buenos ratos vividos con aquellos niños y jóvenes del ayer, convertidos en espléndidos hombres y mujeres de hoy, merecen unas cuantas líneas de esta antigua profesora que disfrutó, y disfruta, con su compañía.

2 comentarios:

  1. Me pasa lo mismo y precisamente una de las ventajas que veo en Facebook es la posibilidad del reencuentro con antiguos alumnos. Y te llevas un alegrón cuando vienen a darte un abrazo paseando por La Laguna o, como el otro día en una boda, en la que me encontré con una antigua alumna del Andrés Bello de hace unos 30 años y me contó hasta un trabajo que hizo conmigo que todavía conservaba. Es lo que tiene tener una profesión tan bella y estimulante...

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  2. Coincidimos de lleno, una vez más. Yo me los he encontrado en los sitios más insospechados: supermercados, hospitales, restaurantes, fiestas... y fue en una celebrada en los montes de La Guancha, de la que tengo un recuerdo muy especial. Me abordó una joven de algo más de 30 años y me dijo que era maestra y que a sus alumnos les estaba enseñando, en la clase de Plástica, lo que ella había aprendido conmigo, en el Tomás de Iriarte... Te puedes imaginar mi sorpresa y mi emoción, además de mi rubor, porque no me esperaba nada de esto y menos en un sitio como aquel, tan lejos de esta ciudad.
    A esos momentos me refiero, cuando digo que me encanta reencontrarlos. Son momentos impagables y que pocas profesiones, distintas de esta, proporcionan. Y sí, también pienso que ejercimos una que es bellísima, estimulante y muy gratificante, con el paso del tiempo...

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