jueves, 24 de enero de 2013

Según dice la tradición y dicen los poetas y los expertos, el tiempo de Navidad es tiempo de magia, por excelencia. Sin embargo, hay otros momentos, a lo largo de la vida, que también pueden ser tan mágicos como los navideños. Es probable que en el transcurso de la mía haya habido varios de éstos, pero en mi memoria sólo ha quedado uno muy especial y que tuvo lugar en el reducido espacio de un aula de Dibujo, preparada para unos treinta alumnos. 

Fue en una mañana de un mes de Abril, de hace algo más de un par de lustros, y durante una clase de Educación Plástica y Visual, destinada a un grupo de estudiantes de 4º de la E.S.O.. El programa de la materia concluía dedicando las últimas semanas del curso al conocimiento y estudio de varias de las figuras más representativas de la pintura española de distintas épocas. En concreto, a Velázquez, Goya y Picasso. 

Para ello, preparé varias diapositivas sobre los cuadros más conocidos de cada uno, así como un pequeño guión para que los alumnos elaboraran un trabajo escrito sobre el artista que eligieran, una vez conocidos todos los previstos. En tres o cuatro sesiones se comentaron las características de cada obra proyectada, sus datos de filiación y una biografía resumida de los pintores y sus respectivas épocas. Luego, en otras tantas clases, los alumnos utilizaron bibliografía adecuada y consultaron Internet, para ampliar y desarrollar el trabajo final sobre la obra y el autor escogidos. Para sellar la unidad didáctica, se leyeron en voz alta dos o tres por cada artista, con la finalidad de que el resto de la clase conociera la información sobre los que no habían elegido, y se organizó un pequeño coloquio sobre lo escuchado. Cuando llegó la hora de exponer lo realizado sobre Velázquez, una vez acabada la lectura, una alumna, de nombre Talía, hizo una pregunta que fue la que produjo esos segundos mágicos que nunca olvidaré. 

Ella comenzó haciendo una reflexión sobre la edad que tenía el pintor cuando falleció, opinando que en aquel tiempo no se vivía tantos años como en la actualidad y preguntándome si después de los siglos que habían transcurrido hasta hoy, era posible que hubieran descendientes del insigne artista. Le contesté que el sólo había tenido dos hijas y una murió siendo niña. Además, ese apellido era de su madre y en España y Sudamérica, el apellido del artista era bastante frecuente y quién sabe si alguno venía directamente del pintor, a pesar de la distancia en el tiempo. Casi cuatro siglos nos separaban. Mi respuesta terminó con estas palabras: "Yo misma lo llevo como segundo apellido...". 

En el acto, se produjo un silencio absoluto y todos los estudiantes, sin excepción, me miraron, y se miraron, con estupor y sin decir nada. Por unos instantes, pareció que el espíritu de Velázquez sobrevolaba nuestras cabezas. La sorpresa y el asombro habían sellado las bocas de unos muchachos que, por lo general, tendían a ser habladores y comunicativos. No es habitual que ellos sepan, ni se interesen, por conocer los apellidos de sus profesores. Algunos, incluso, ni de los nombres. Esa certeza fue la que jugó a favor de que la magia surgiera de improviso y a raíz de mi última frase. Aquel silencio también fue inesperado para mí y me desconcertó tanto, que sólo se me ocurrió interrumpirlo pidiéndoles que continuáramos con el siguiente autor. 

Entonces y hoy, sigo pensando que, para aquellos alumnos, imaginarse que su profesora de Dibujo pudiera ser una posible y muy lejana descendiente del pintor que más les había gustado, les debió impresionar tanto que su reacción inmediata fue un silencio casi reverencial. Entonces y hoy, sigo creyendo que el comprometido segundo apellido que llevo, dado el mundo vocacional y profesional para el que me preparé, fue el motivo insospechado de un momento mágico, gracias al cual me encantaría que aquellos alumnos no olviden nunca su admiración por Velázquez, ni a la profesora que les habló de él.

2 comentarios:

  1. Seguro que no la olvidan y que la recordarán siempre, pero por algo más, mucho más, que su apellido.

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  2. Gracias, Isa. Ojalá sea como tú dices, pero con que me recuerden por haberles presentado al maestro de maestros de la Pintura, ya me siento satisfecha. Un beso, mi niña, y seguro que a ti te recordarán los tuyos por muchas más razones que las de haberles enseñado a pensar, en compañía de Platón, Aristóteles o Descartes. Ya me hubiera gustado a mí estar entre tus alumnos. La Filosofía me habría gustado mucho más de lo que ya me gustó y me sigue gustando...

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